EL MURAL DE LA CANTINA




-En el dominó- dijo Luis Cabral -la ficha clave es como la mujer. La tienes que tener siempre en la mano... no sabes en que momento la puedes necesitar... y menos a cual de todas.
Rodeados del humo del cigarro y el calor de las copas, los jugadores van deslizando las fichas sobre la mesa. Las van empatando una a una, mientras los más hábiles adivinan las que quedan aún por jugar, las que se acarician ávidamente entre los dedos o giran vertiginosas en espera de ser lanzadas en el acto final.
-No la chingues compadre, esa guárdatela en el culo... era la otra.
-Uta Luisito, comiste gallo... que se me hace que esa vieja anda rejega.
Hay dos cosas que Luis Cabral nunca perdonaba: perder una partida de dominó y perder a una mujer. Y por esos días andaba perdiendo las dos cosas. -!Paso!... no me oiste compadre... !paso!... límpiate las lagañas para que mires bien.

El Comandante le sonrió a Anselmo cuando arrojó su penúltima ficha, hizo pasar a los tres, ni siquiera les dio tiempo de ver su juego cuando dejó caer la última ficha.
-!Carajo compadre!... siempre al final te cagas... a ver si al menos haces bien "la sopa".
Las fichas se revolvían volteadas sobre la mesa entre las manos toscas de Remigio. Se revolvían como Amalia en la cabeza de Luis Cabral.
-La muy cretina- dijo -se hace del rogar compadre... todas se ponen muy difíciles al principio... y después hasta se te resbalan solas.

Cabral tomó sus siete fichas, las fue parando una a una, las acomodó bien juntitas, ni una carreta, cinco cuatros, cuatro cincos.
-Ya chingamos compadre- se frotó las manos y apuró un trago de cerveza. Salió la carreta cargada de tinta que Anselmo puso al centro de la mesa.
Cabral empató la seis/cuatro -para comenzar compadre- pensó lamiéndose los labios. Inmediatamente se escuchó el sonido certero de la ficha seis/cinco a la retaguardia de la carreta. Cabral encendió un cigarrillo, vio como se disolvía el humo entre la luz pálida de la lámpara. Sabía que el Comandante no tenía "cuatros" y para colmo le había dejado abierto el juego por ambos lados.

Remigio tardó en jugar, tenía la vista clavada en las tres fichas, cuando sintió que materialmente se cagaba, estaba de un color amarillo-violeta, que viraba dolorosamente a gris-ceniciento. Apenas alcanzó a decir: -paso... paso Luisito... en verdad que ésto es cosa del diablo.
-Juegas como marica- arremetió Cabral contra el compadre arrojándole todas sus fichas. De inmediato se alejó del salón dando violento portazo.

 No se le volvió a ver en su mesa de juego por varios días hasta que llegó el sábado. La cantina estaba concurrida como siempre, salvo que ahora Luis Cabral, quien era el dueño del bar, les tenía a todos una sorpresa. Un enorme letrero tan largo como la pared, sobre un débil fondo marino rodeado por ambos lados de unas esculturales sirenas decía: TODAS LAS MUJERES SON UNAS PUTAS.

Cabral llegó a media tarde. Muy alegre y oliendo fuertemente a colonia. Lo vio venir su compadre Remigio que se encontraba frente al "mural". -Dichosos los ojos Luisito- se dieron un fuerte abrazo -tú si que conoces bien a las pinches viejas- agregó Remigio -ésto hay que celebrarlo.
-Pues que sea por Amalia- dijo Cabral.

Remigio se aproximó al mural para deleitar su vista con una de las frondosas sirenas, pero sus ojos se desviaron hacia un discreto letrerito escrito en la parte superior de una ola que decía: "Menos Doña Cuquita Trejo viuda de Cabral, que Dios tenga en su Santa Gloria".
-Ay Luisito que noble eres de corazón... si tu madrecita viviera.
- ¿Tu crees que le daría gusto compadre?
-Harto Luisito, ya vez lo buena que fue y lo mucho que te quiso... pero olvidémonos de pinches tristezas Luisito, que ya están esperando Anselmo y el Comandante.

Después de varias rondas las fichas seguían abriéndose sobre la mesa. Se abrían ruidosas y seguras cortando el silencio de los jugadores.
-No le afloje compadre, que ya ganamos uno y éste lo tenemos que cerrar con zapatero.
Carmelo se llevó las botellas vacías y trajo más cervezas. Limpió los ceniceros y acomodó sobre la mesa unos platitos con cacahuates, tostadas de manitas de puerco en vinagre y guacamole.
-Pinche compadre, ya jodimos- dijo sonriendo Cabral que sólo le quedaba una ficha.

El Comandante se pasó la mano sudorosa sobre el lacio cabello negro. Tenía dos fichas, le llevó un minuto contar las que estaban sobre la mesa. Vio que Remigio tenía dos fichas también y Anselmo sólo una. Dudó por un momento pero acabó lanzando la que creyó más conveniente.
-!Esa era la buena!- dijo Remigio empatando una de sus dos fichas.
-Ya ni la chingas Comandante, mejor no la pienses tanto y tira a lo pendejo... a ver si así le atinas.
Cabral dejó escapar una ruidosa carcajada abriendo su última ficha. Puso su mano izquierda sobre el hombro de Anselmo y le dijo: así son las cosas del juego. Carmelo se llevó los platos vacíos de la botana, los volvió a llenar, trajo más cervezas, chicharrón en salsa verde y tortillas recién hechas.

Remigio estaba contento. El juego había salido a pedir de boca, pero algo le picaba. No le hacía gracia el gusanito que se le arremolinaba por dentro.
-Usted me va a perdonar compadre Luisito... pero para que más que la verdad, a mí eso del letrero me tiene bien encabronado.
-¿Porqué Remigio?
-Usted sabe como lo quiere la comadre. Hasta me lo consiente, ya ve que buenos chiles rellenos le prepara. ¿Y que peros le pone a las tortas de vena?. No hay que ser Luisito, no corte parejo.
-¿Conque era eso?, que falta de confianza compadre. A ver Carmelo háblale a Jacinto.
-Diga patrón.
-Ponme bonito el nombre de la comadre Margarita... ya sabes donde.
-Y el de la Magali, que ya está en edad de merecer- añadió Remigio.
-Para no agraviar a los presentes- intervino el Comandante -háganos usted el favor.
-No faltaba más Comandante. Anota los nombres que te indiquen los señores Jacinto, y sin decir más se despidió.

Al día siguiente que era domingo, Cabral se sorprendió de ver tan concurrida la cantina. Y con gran asombro vio que las olas azules del mural, transportaban gran cantidad de nombres. Las santas madrecitas, las abnegadas esposas, las tías solteronas dedicadas en cuerpo y alma a Cristo, las hermanas, las hijas y hasta las nietas de los más asiduos parroquianos, estaban cuidadosamente anotadas.

Conforme pasaban los días las olas se iban haciendo más espesas, y Jacinto que era el anotador oficial, vivía gustoso su nuevo oficio, pues le dejaba más que su paga mensual con todo y propinas.
Llegó a tener tanta fama el mural de la cantina, que prácticamente todas las mujeres del pueblo estaban anotadas, incluyendo las de la familia del Alcalde, y la madre y la hermana del Señor Cura.

Un día se encontraban tres parroquianos jóvenes bebiendo junto a la barra, cuando uno de ellos les aseguró a los otros dos: -Ya le bajé los calzones a la Lupe.
-No mames güey.
-Lo juro.
-¿Donde?
-Cerca del arroyo.
-¿Y todo lo demás?
-Toditito... (suspiró)
-Pinche Lupe, me juró que la próxima semana se hacía mi novia, hasta me dijo que le iba a pedir permiso a su jefa.
-Ni modo cuate, te comieron el mandado.
-Puta vieja, pero ésto no se queda así, por lo pronto... !que la tachen!
-Estás jodido.
-Si, !que la tachen!... a ver Jacinto, ¿cuánto por tachar a la Lupe?
-!Ah jijo!, pues eso te va a costar el doble.
-No seas cabrón ¿porqué el doble?
-Es más responsabilidá.
-Pues cóbrate y que no quede ni la seña.

Lupe se enteró que la habían tachado en la cantina y de puro coraje empezó a rajar leña, dijo que la hermana de Juancho se acostaba con su primo en la cama de sus papás. Y que Delfina desde cuando que ya no era señorita. Y que la tía beata de Ubaldo se daba golpes de pecho con la reata del Señor Cura. Y una a una fueron apareciendo tachadas como el lado negro de las fichas del dominó.

Cabral estaba muy al pendiente de "las bajas" que había en el mural de la cantina -lástima- decía -esas olas van quedando muy manchadas. Jacinto había estado muy activo en los últimos días. Subía y bajaba a cada rato de la escalera. Apenas si tenía tiempo de ir a ver unos terrenitos que estaba por comprar. Si algún parroquiano casadero andaba en busca de novia, primero se aseguraba que la candidata no estuviera tachada. -lo malo- decían -es que ya sólo quedan las más viejas... y las más feas.

Un día apareció tachada la loca Matilde. Nadie lo podía creer. -¿Pero cómo es posible que alguien se halla acostado con esa bruja desdentada y coja? Se requiere estar bien jodido... y armarse de mucho valor... o andar muy necesitado- Entre risas y comentarios se supo que el enterrador se veía con Matilde en el cementerio. -Seguramente primero le hecha agua bendita. Todos celebraban a morir las agudas bromas. Lo grave fue cuando tacharon a la esposa del Alcalde, y por si fuera poco a sus dos hijas. Nunca se supo quien fue el autor de los cuernos. Aunque algunos aseguran que fue cosa política. Lo cierto es que a los pocos días el Alcalde renunció, y el nuevo representante que era viudo y sólo tenía hijos varones, se hizo asiduo de la cantina y muy amigo de Luis Cabral. Remigio abandonó a su familia el mismo día que tacharon a Margarita su mujer, pues se enteró que no sólo chiles rellenos le hacía a su compadre Luisito.

Cabral estaba por iniciar una tarde de dominó, cuando le avisaron que acababa de llegar su padrino. Salió inmediatamente a recibirlo.
-!Padrino, hasta que por fin se deja ver!
-Muchacho, para que te voy a decir que vengo por ti, ahora que estoy tan ocupado con los asuntos del rancho. Vengo por lo de tu mural, que hasta allá ha llegado la fama de tu cantina. Pues la mera verdad es que hay que ver para creer. !y mira nomás! tal como me lo habían dicho. !Ah que punta de cabrones!, ninguna virgencita me dejaron en este pueblo.
-No se queje padrino, que de usted han sido casi todas.
-No en balde me dicen el gallo de oro.
-No en balde soy su ahijado padrino.
-Todavía estas verde muchacho, aún te falta mucho por aprender... pero menos plática y más acción. Por lo pronto déjame ganarte en el dominó.
-Pa luego es tarde padrino.

Luis Cabral hizo pareja con el nuevo Alcalde. El padrino sólo jugaba de compañero con el capataz del rancho. La primera ronda la ganó el padrino. -Para que no diga que no soy buen anfitrión.
-Eso dicen los pendejos que no saben perder ahijado.
Cabral tragó saliva. -No te me duermas Alcalde- le dijo enchilado a su compañero que en ese momento hacía "la sopa".
En la quinta ronda se cerró con zapatero la primera partida, a favor del padrino y el capataz.
-La revancha es la que cuenta ahijado.
-Pinches viejas, no lo dejan pensar a uno.
-Todo en su lugar ahijado, las viejas se juegan con las manos, y el dominó con la cabeza.
Carmelo trajo más cervezas.

 La botana casi nadie la comía -llévate estos platos que nomás estorban- dijo Cabral que estaba empezando a desesperarse. El anfitrión seleccionó sus siete fichas prácticamente con los dedos cruzados. Le salió la mula de seis -por lo pronto llevamos "mano"- pensó, eso reanimó al Alcalde que con una risita irónica dio a entender que tenía buen juego. La primera ronda fue de Cabral y la segunda también. Cuando abrió el juego de la tercera ronda por poco y se atraganta con la cerveza, -cuatro pinches mulas hijas de la tiznada- estuvo a punto de decir, pero se aguantó como los hombres. -¿A ver que hace este hijo de puta?- pensó, pero no tardo mucho en saberlo cuando éste le preguntó:
-¿Sale usted Luisito?
-!Me lleva!- se mordió la boca para no delatarse.
-Salga usted Alcalde.

El representante del pueblo salió con la ficha anodina tres/cinco. Cabral se tomó de un sólo trago la cerveza, rápidamente Carmelo le trajo otra bien fría. El padrino pidió botana y Cabral aprovechó para ir a orinar. Se vio la cara en el espejo del baño, tenía los ojos irritados y en su semblante se adivinaba el cansancio. Se hechó abundante agua en la cabeza, y con el cepillito que llevaba en la bolsa trasera del pantalón, se peinó con gran esmero. -Así me gusta ahijado, no hay que perder el ánimo.

El juego fue un estire y afloje, finalmente lo cerró el capataz con cinco puntos en su contra, los contrincantes tenían toda la tinta. Cabral estaba al borde de la histeria. Habían perdido "la mano" y empezaba a darle vueltas la cabeza. -!Ah que mi ahijado! ¿y cómo te tratan las viejas?... ¿todavía te siguen haciendo cosquillas las tortas de vena?... cuidado muchacho, que mucho picante puede hacerte daño.
-No la chingue padrino.
-Más respeto muchacho, que te voy ganando en el juego y en experiencia. Cabral se tomó tres cervezas más durante la ronda que perdió deplorablemente.
-¿Tu dices si le llegamos al final o aquí le paramos?
-Yo nunca me rajo padrino- dijo casi babeando.
-!Este es puro hombrecito!... eso dijo tu madre el día que naciste muchacho. -No la meta en esto- empezó a sollozar Cabral recostado sobre la mesa.
-Estás bien pedo ahijado, si te viera tu madrecita santa. !Ay Refugio!... !que carita!... !que manos!... !que cuerpecito!... !ay hijo! y yo que la quise tanto.

 

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