LAS SEMILLAS DE BARICOKE



Fragmento de la novela Sincronía
 
Georg Ancarola no tardó en enterarse del incidente, y tan pronto como le fue posible en uno de sus viajes de negocios a Italia, adquirió para regocijo y sorpresa de su hija una exquisita selección de teselas. Durante varias semanas Gadea abrió meticulosamente la caja que contenía los pequeños mosaicos policromos pero para decepción de todos los habitantes de la hacienda que esperaban la inminente aparición de una prodigiosa obra de arte, tan sólo pudieron observar como la niña se limitaba a ver las piezas durante largo rato.

Habían pasado algunos meses y como Gadea no dio muestras de ningún don artístico extraordinario ya nadie esperaba al respecto ninguna sorpresa. Cierto Día Gadea no asistió a su habitual recorrido por los talleres de la hacienda, circunstancia que le extrañó mucho a Melissa pero creyendo que la niña estaría con su abuela no le dio ninguna importancia hasta que llegó la mismísima Apel a la factoría de fragancias preguntando por su nieta.

-Gadea no ha venido para nada –dijo Melissa desconcertada.
-¿Cómo, no está contigo? -Preguntó Apel.
–No, pensé que estaría aquí. Cómo agua va salieron las dos mujeres a buscar a la niña. En cinco minutos habían movilizado a todos los peones y mujeres de la hacienda que daban gritos de Gadeeeeeeeeea por todos los rincones. Ante la alharaca Epifanía que había visto a la chiquilla salió al encuentro de Apel quién se dirigía presurosa, abriéndose atropellado camino por entre las plantas crecidas de berenjena.

Pensó que seguramente Gadea estaría en el huerto de naranjos subida hasta lo alto de la rama de un árbol cavilando sobre la espesura de la fronda, o tal vez meditando en las perfectas líneas que se dibujan a la distancia en los terrenos del plantío y que suelen reunirse todas a lo lejos en un mismo punto, o en cualquier otra cosa que ella con frecuencia solía inquirir y que siempre obtenía por parte de su abuela como única respuesta un “no debes hacer preguntas de las que solo Dios conoce la respuesta”.

Apel pensaba en su intrépida carrera que ya era necesario ponerle un correctivo a su nieta, tal vez suspenderle sus visitas al taller sería un buen castigo. Idea que desechó al instante porque estaba segura que sería desaprobada por su hermana Melissa.

-Ama, ama -le gritó la esposa de Giraldo- la niña Gadea está junto al granero. Apel le gritó a lo lejos a Melissa quien de inmediato se movilizó seguida de un tropel de curiosos. La primera en llegar fue Apel, le siguió Melissa y en un santiamén, junto a las dos mujeres, prácticamente se había congregado toda la hacienda. –Gana el rojo -decía Gadea- que sentada en el suelo arrojaba unas semillas de albaricoque sobre una especie de tablero que había hecho con las teselas. Todos en silencio la escuchaban mientras veían como después de arrojar las semillas pacientemente contaba los colores que habían sido tocados por las ovaladas pepitas mientras que en otro tablero parecía registrar los resultados.

De nuevo arrojaba las seis semillas que chocaban acompasadas sobre el teselado haciendo un ruido compacto, tenue y seco. Gadea suspiraba muy callada, y presto veía las semillas sobre la retícula colorida. Satisfecha, sin perder de vista el marcador -exclamó– amarillo, azul. Indicó los colores de su tablero en la guía del marcador y anotó en un pedazo de tela cruda unos números. Hasta ese momento descubrió que estaba siendo observada por todos los de la hacienda. Los miró sorprendida y sin más, ajena a lo que pasaba se levantó del piso. –No me toquen nada -dijo con gran elocuencia, voy al taller de fragancias y cuando regrese lo quiero todo igual.

Como Gadea había tomado la costumbre de jugar en el piso del granero al “baricoke”, nombre que discurrió para su peculiar pasatiempo y dado que el otoño comenzaba a despedirse con un vientecillo un tanto frío y húmedo Apel mandó pegar en la superficie de una mesita las 81 teselas del juego tal cual había sido inventado por su nieta. Además la solícita abuela le pidió al ebanistero que realizara un pequeño taburete de superficie un tanto inclinada donde debía pegar tres líneas de 9 teselas todas de diferente color. Las líneas quedaban paralelas una sobre otra separadas tan sólo de una palma de distancia. Sobre ellas, Gadea ponía marcas que indicaban el registro y cálculo para cada turno. Una caja con cubierta contenía las teselas sobrantes de todos los colores. Dos sillas completaron el espacio lúdico infantil que junto a la ventana del salón de costura resultaba un espacio verdaderamente acogedor. De tal modo, a media tarde, Gadea se aferraba en delirantes contiendas con su peculiar juego y para beneplácito de ella, siempre ganaba.

A Georg no le agradaba la idea de ver a su hija de tan sólo 5 años vivir una infancia tan retraída, frecuentemente le solicitaba a Apel y a Melissa, incluso a Catalina su circunstancial esposa y supuesta madre de la niña para que motivaran su interés por compartir otra clase de juegos en compañía de otros niños. Pero los intentos por parte de las mujeres de relacionar a Gadea con infantes de su edad habían fracasado, simplemente la nieta de Apel optaba por ignorarlos.

El hijo de Apel permanecía cada vez menos tiempo en la hacienda, sus frecuentes viajes dedicados a la banca y al comercio lo mantenían siempre ocupado, no obstante, trataba de permanecer al menos algunos días de cada mes con su madre y su hija. Así, un día, bien entrado el invierno mientras Apel hacía una labor con hilos de seda en un bello entramado con encaje de bolillo veía con nostalgia a su hijo Georg quién disimulaba leer cómodamente un libro, apoltronado en un mullido sillón, no obstante, con el rabillo del ojo el banquero seguía cada uno de los movimientos de Gadea que parecía hablar con alguien imaginario con quién seguramente jugaba al baricoke.

Sin pensarlo más, se acercó a Gadea y le dijo: -¿Puedo jugar?
-Bueno pero tienes que aprender –contestó Gadea-
-Si tu me enseñas yo puedo aprender.
-¿Ves todos estos cuadritos de colores? -Preguntó la niña a su papá.
-Si los veo, son ochenta y uno y hay de nueve colores diferentes, y todos juntos en ese hermoso arreglo que les has dado, forman tu mosaico.
Gadea suspiró y dijo: -hummmm… bueno, voy a tirar las seis semillas sobre el tablero. Las arrojó justo del centro como si ya tuviera marcada la rigurosa distancia entre su mano y las teselas.
–Ahora pon atención a los colores que han tocado las semillas.
 –Dijo con un tono flemático. Georg observó durante un par de minutos el arreglo de las semillas.
-¿Ya las viste? –preguntó Gadea.
  -Si, ¿ahora que debo hacer?
-De esta cajita –dijo acercando una caja que contenía teselas de los nueve colores. -Debes escoger tres colores diferentes que creas caerán en la próxima tirada –e inmediatamente agregó- Yo también escogeré mis tres colores.
 Hecho esto, tomó las seis semillas del tablero y las arrojó de nuevo.

Ambos clavaron la vista en las teselas finamente pegadas en la mesita de ébano que remataba por los cuatro lados con un pequeño borde de la misma madera tallada. Un ligero vistazo fue suficiente para que Gadea dijera con aplomo: -Perdiste, yo gané dos puntos.
-¿Perdí? –Apenas alcanzó a decir Georg.
-¿Por qué perdí? -Agregó inmediatamente.
-Tres semillas han caído en amarillo, dos en verde y una en azul claro –dijo la niña mientras señalaba con su dedito cada una de las semillas.
-Tú escogiste el rojo, el naranja y el violeta.
-Ya veo –reconoció Georg- En cambio tu…
-Yo escogí blanco, negro y verde ¿ves?
-Si.
-Y como han caído dos verdes, gano 2 puntos
-Tuviste suerte, mucha suerte, bueno probemos de nuevo.
Gadea tiró nuevamente las semillas después de que ambos habían seleccionado sus tres colores. En el tablero las pepitas de albaricoque señalaban dos rojos, un azul claro, dos naranja y un blanco. Gadea había escogido rojo, naranja y negro y su papá amarillo, azul fuerte y violeta. Gadea ganaba nuevamente pero en esta ocasión se anotaba cuatro puntos.

Georg supuso que el asunto de ganar o perder radicaba en la forma de arrojar las semillas, así que le interpeló a Gadea el deseo de arrojarlas él.
-Si quieres –dijo escuetamente la niña- Georg tomó las semillas y las frotó ligeramente entre sus manos, después de calcularlo un poco, colocó la mano derecha al centro del tablero y a corta distancia dejó caer las seis pepitas. Georg había seleccionado el negro, el azul claro y el naranja. La niña el blanco, el verde y el violeta. En el tablero habían quedado de la siguiente forma las semillas, una en rojo, otra en verde, una más en el azul claro, dos en el blanco y finalmente una en el violeta. Aunque Georg había acertado un color, Gadea ganaba nuevamente con cuatro puntos.

-¿Y siempre ganas? –le preguntó el hijo de Apel con cierta curiosidad.
-Casi siempre
-¿Y con quién juegas?
-Con nadie.
-¿Entonces a quién le ganas?
-A las semillas –dijo sencillamente Gadea quién se levantó presurosa de su silla cuando vio a su tía abuela entrar a la habitación.
-Tiitameli, tiitamel le dijo y la abrazó.

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QUIÉN PUDIERA




Quién pudiera inventar un jardín
de no me olvides
azucenas
lirios y zarzas
ensartados en el collar de mil luceros
que inundaron los aromas del huerto.
 
Quién pudiera decir adiós
y olvidarte bajo la luna que se oculta
entre las nubes del tiempo
cuando vuelan las mariposas junto a la flor
y se nutren los campos
de frondosos sueños.
 
Quién pudiera teñir de verde
la luz del sol
ilusión azul
gris desconsuelo
brisa del mar que se aleja con la tarde
y se posa en el espejo de agua
que devora la sed de tu recuerdo.

 

¡DEBISTE DARME TU FOTOGRAFÍA!


SONETO
 
¡Debiste darme tu fotografía!
Hoy de tu rostro sólo permanece
rocío de la aurora que amanece
como un rasgo en el hielo la grafía.
 
Y en tus ojos el negro de porfía
con la noche en la bruma que acontece
el perfil de la luna se estremece
en resplandor que al astro se confía.
 
Y el olvido que en viento se convierte
en follaje de un árbol persevera
la sombra que no puede retenerte.
 
Mas todo me parece en la rivera
como el canto del agua que se vierte
en la faz que mi mano te libera.

SUSTANCIA LUMINOSA


 
DÉCIMA
 
Agua clara y silenciosa
que bebo de lo profundo
azogue con que me fundo
en sustancia luminosa.
sed que sacia deliciosa
la imagen en el espejo
del mar se queda perplejo
junto a la faz del destino.
místico sol clandestino
fantasma de mi reflejo.

LA MEZQUITA EN LA ISLA DE MALLORCA



Fragmento de la novela SINCRONÍA
 
Cuando Georg cumple un año, los gemelos celebran su primer lustro y Joaquím arriba a su tercer aniversario, motivo por el cual el matrimonio Ancarola organiza una ferviente incursión a la ermita de Sant Miquel donde dan gracias al Cristo de piedra y a la virgen Negra por la salud y bienestar de sus cuatro hijos y por todos los dones y bienes recibidos. Melissa y Apel dejan que los niños jueguen en la explanada del santuario al cuidado de Ulrich y Giraldo, el leal sirviente de la familia mientras ellas disponen las viandas que han llevado para tal ocasión. El día transcurre placenteramente y antes del atardecer parten los paseantes de regreso a la hacienda. El rechinar rítmico de la carreta y el trote lento de los caballos arrulla a los niños quienes se han quedado profundamente dormidos en los brazos y las piernas de ambas mujeres.

Al internarse en la franja del acantilado Ulrich aminora el paso de los animales, en esa zona es tan tupida la fronda de los árboles que prácticamente nunca penetra la luz del día. Por unos instantes se hace total oscuridad, y en el silencio del crepúsculo vespertino se escucha claro el rumor de la cascada apenas atenuado por el rastro sigiloso de la carreta. Repentinamente, se escuchan gritos e improperios de hombres encolerizados, la penumbra y más adelante una curva del tortuoso sendero no les permite ver casi nada. Giraldo da tremendo saltó del galerín y en escasos segundos se encuentra al pie de la curva atisbando a lo lejos, Ulrich lo observa cauteloso desde el carromato que ha detenido apresuradamente. Sólo Melissa se percata de los hechos y mantiene la calma para no alarmar a su hermana ni a los pequeños quienes pernoctan en la parte trasera de la carreta.

El griterío y las voces por unos minutos se violentan y después de un breve silencio se escucha el estruendo de un objeto pesado rompiendo de cuajo las ramas de los árboles. Instantes después el galopar de caballos en retirada devuelve el aliento al sirviente que le hace señas a su patrón para que éste avance. Al llegar al lugar de la escena descubren incrédulos que entre las ramas que vuelan sobre el acantilado se halla milagrosamente suspendida una galera. Diligente y con sobrado arrojo Giraldo baja un poco más de medio metro hasta alcanzar el carruaje. Una de las ruedas aún gira mientras las otras tres han quedado atrapadas entre dos enormes troncos que lanzan sus arreboladas frondas al despeñadero. Abajo el mar en completa calma parece anhelar impaciente la caída violenta del armatoste que sostiene en vilo un baúl y el cuerpo de un hombre salvajemente herido.

-Hay un hombre, parece que está muerto. Anuncia a gritos Giraldo.
-Apel se ha despertado y reza en voz baja para que la virgen Negra se apiade del alma de tan infortunado ser.
-Debemos recoger su cuerpo para darle santa sepultura agrega Melissa al tiempo que busca las sogas con las que su cuñado suele amarrar las canastas de la mercadería.

Atan las cuerdas a la carreta que Melissa avanza meticulosa mientras que Ulrich y el sirviente bajan asidos de los troncos llevando en el otro extremo de la soga una parihuela improvisada con la que izan el cuerpo ultrajado del desconocido. Cuando lo depositan sobre el meandro descubren que al hombre aún le quedaba un aliento de vida para implorar humildemente y por el amor de dios por sus escasas pertenencias.
-El baúl... -balbucea el hombre entre gemidos y muecas de intenso dolor.
Ulrich ve caer la noche y lo peligroso de la empresa, no obstante, sin pensarlo más, Melissa y Giraldo bajan por los troncos de los árboles hasta la galera donde se mece calmosamente el arcón. Sujetada fuertemente por el mozuelo Melissa alcanza una empuñadura del baúl que al acto sujeta anudándolo con firmeza a un extremo de la cuerda. Ulrich jala desde arriba y en un abrir y cerrar de ojos que a Apel le parece un siglo, todos quedan a salvo y con el baúl rescatado apresuran el paso hacia la hacienda.

Pamela sintió un golpe en el estómago y tal resequedad en la garganta que se levantó del sillón para prepararse un poco de café. En unos minutos regresó a la estancia con una tasa humeante de la aromática bebida. De nuevo se arrellanó cómodamente en el sofá y continuó ensimismada la lectura.

Cuando llegan a la propiedad el esposo de Apel decide instalar al maltrecho hombre en una abandonada mezquita que se encuentra en el linde de sus vastas tierras. No sabiendo quién es el desdichado personaje ni porque ha sido víctima de tan brutal ataque, obliga a Ulrich a tomar precauciones, además el amo de la hacienda conjetura erróneamente que el anciano de talante bastante decrépito y en tan lamentable estado no vivirá ni un par de días. El señor Ancarola dispone también que el moribundo deberá quedar al cuidado de Melissa quién no manifiesta objeción alguna al respecto.

La vetusta edificación que habrá de servir de refugio al presunto desahuciado prácticamente se encuentra en ruinas, había sido construida durante la ocupación musulmana siglo y medio atrás por mandato del célebre monarca Amir al-Yusuf como un refugio de oración, paz y confort. Hecha de grandes bloques de piedra arenisca era originaria de la época en que el dominio árabe había reinado sobre la isla de Mallorca.

Comandados por Jeremy Ancarola y un tropel de cuarenta hombres fuertemente armados con yelmos, escudos, hachas de guerra y algunas espadas damasquinas, tomaron por sorpresa la mezquita dando muerte a los nueve místicos sufíes que se encontraban en ese momento haciendo oración. Los cuerpos de los musulmanes fueron colocados uno junto a otro en el piso de una espaciosa galería ubicada frente al patio central del oratorio donde se vertía el agua cristalina de una fuente. Un par de naves se comunicaban en el interior de la galería teniendo como único acceso una puerta tallada de madera que la caterva atrancó cuidadosamente por fuera.

Ante el éxito de la impetuosa embestida. La pequeña hueste de Ancarola y el mismo Jeremy se embriagaron hasta el amanecer bajo la protección de un puñado de guardias apostados en puntos claves de la mezquita, sin omitir evidentemente, la encumbrada cúpula de la torre del alminar. Pasados dos días del brutal atentado, Ancarola ordenó hacer una impresionante pira donde se les prendería fuego a los cadáveres y para sorpresa de todos los ahí presentes, al abrir la galería, esta se encontraba totalmente vacía, sólo un ligero olor a almizcle y una aterradora sensación de frío y humedad permaneció en ese sitio durante varias décadas, inclusive algunos trashumantes de la región montañosa aseguraron haber visto con sus propios ojos el alma en pena de uno de los místicos vagando tras las arcadas del segundo piso.

De tal modo el egregio señorío de la estirpe de los Ancarola se construyó bastante alejado de la zona devastada de oración árabe, y ahora Melissa traía supuestamente a bien morir en este reducto abandonado y misterioso a un individuo del cual no sabía ni siquiera su nombre.

Pero Prinio Corella decide no morir a causa de las múltiples fracturas y lesiones propinadas en casi todo su cuerpo como cada cual había presagiado, inexplicablemente una fuerza superior le permite al anciano burlar no tan sólo a la muerte sino también a sus despiadados agresores que por orden explícita de su –presumible protector- el abad Jacobo de Grinaldi, debieron darle muerte.

Aunque su recuperación es lenta el infortunado “doctor absolut” sabe indicarle a Melissa los enigmáticos preceptos a seguir en la compleja y paciente elaboración de pócimas, grasientos emplastos, amargos brebajes, bálsamos milagrosos y aromáticos ungüentos que ella misma prepara con tal superioridad que hubiese sido capaz de provocar la envidia de cualquier sanador experto.

Cada tercer día la joven limpia el cuerpo del anciano con un linimento alcanforado en hojas de plántago cuidando de no humedecer los lienzos que envuelven las fracturas previamente recubiertas de un seboso emplasto amasado con tres tipos diferentes de hiervas, huevo y migajas de pan mojado, que en menos de tres días había endurecido lo suficiente como para mantener al Magister Prinio Corella prácticamente inmóvil. Del mismo modo Melissa provee los alimentos del anciano escalfados con porciones generosas de legumbres, vegetales, frutas y abundante jugo de naranja. Con cierta eventualidad incluye en la rigurosa dieta del Magister algo de pescado, almendras y aceitunas verdes, pero lo que nunca falta en la cesta de los víveres es una exquisita porción de queso de cabra, una hogaza de pan de centeno recién horneado y un vaso de vino tinto de Malvasia. Todo esto sin omitir los brebajes y remedios que el mismo Corella sé auto prescribe cuidando de observar meticulosamente los pasos del arte y la ciencia con que Melissa en nombre de Dios modestamente prepara.

No habían pasado ni tres meses de su pronta recuperación y ya el doctor absolut recorría de palmo a palmo cada uno de los recónditos espacios de la vetusta mezquita. Apoyado de un bastón paseaba por la galería de los cadáveres cuando se percató que uno de los muros de la pared del fondo estaba orientado hacia la Meca y que éste se encontraba descollado por un gran nicho o mihrab que conservaba aún en todo su esplendor la suntuosa decoración de las construcciones bizantinas. Junto al mihrab, a la derecha, aún quedaban los restos de mampostería de lo que pudo haber sido el púlpito y más adelante una escalera aún ricamente ornamentada conducía a un podio cubierto por un baldaquín de tejado cónico.

El Magister solía permanecer largo rato en la sala de oración sentado frente a la pared ornamentada con mosaicos de cerámica de vivos colores dorados, azules, terracota y ocres, cuyos motivos geométricos y texturas se repetían hasta el infinito trenzándose en una gran variedad de formas sobre la abigarrada superficie, donde el fenómeno de horror vacui creaba una apariencia estupendamente armoniosa. Meditaba el buen hombre frente al muro alguna reflexión en el instante mismo en el que un mosaico se desprendió de la pared haciendo un ruido inesperado que le hizo fijar su atención en un punto específico de la maraña de cruces y estrellas entrelazadas.

Torpemente Corella se aproximó al muro y observó que la gran profusión de líneas sobre la superficie camuflajeaba perfectamente una grieta irregular que ascendía hasta la altura de un hombre. Un pretil de hierro fundido con motivos vegetales corría a todo lo largo en la parte inferior de la pared, y a unos centímetros del lugar donde había caído el fragmento policromo, el anciano descubrió un grueso anillo móvil sujeto a una varilla que penetraba en un punto específico del muro, con gran sagacidad el viejo observó que la argolla abrazaba exprofeso un par de ramas retorcidas de la vid de hierro. Prinio Corella forcejeó un rato hasta que logró zafar el anillo de metal. Seguidamente y de forma estrepitosa un burdo mecanismo deslizó abruptamente hacia atrás una puerta corrediza dejando al descubierto un pasadizo que bajaba algo más de tres metros del nivel del piso.

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TAN SÓLO UNA PALABRA



Di una palabra
tan sólo una palabra
que recorra el abismo del tiempo
piélago y crisol taciturno del ayer
del espejo del mar
Neptuno mensajero de mil voces.
 
Tan sólo una palabra
que infunda tu ira
y conmueva las olas de castillos dorados
blancos corceles
diadema de espuma para las sirenas
refugio de náyades en los estuarios.
 
Tan sólo un vocablo
un sonido de dioses del olimpo
que rompa el viento umbrío
tempestad insensata del silencio
polvo que cubre de humedad los huesos
sobre los campos arados del averno.
 
Tan sólo un sollozo
apocalíptico resplandor de los campos de fuego
que incendian la luz del otoño
nocturna sombra de invierno
gélido cadáver del amor
que convirtió el sonido
 en silencio eterno.

EL 9 ¡ESE NÚMERO MISTERIOSO!


Por Lilia Morales y Mori
Noviembre de 1989. Veracruz, Ver.
 

Después de un tiempo razonable y a manera de modesto artículo, pretendo esclarecer algunas cuestiones que juzgo interesantes, surgidas de una memorable conversación de tarde literaria, donde los números y Borges exaltaron el espacio laberíntico de los espejos, junto al reflejo transverso de la historia narrada en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.

Un heresiarca de Tlön ideó el sofisma de las nueve monedas de cobre: algunos pensadores dijeron que al heresiarca no lo movía sino el blasfematorio propósito de atribuir la divina categoría de ser a unas simples monedas y que a veces negaba la pluralidad y otras no. Argumentaron: “si la igualdad comporta la identidad, habría que admitir así mismo que las nueve monedas son una sola”.

Ciertamente nueve monedas contenidas en un ilusorio universo, sujeto al movimiento del cosmos deshilvanado en la magnánima concepción del “eterno retorno”. Número y tiempo aristotélicos, concebidos en el curso entrañable de un círculo repetitivo, que más pudiera parecerse a un suceso continuo capaz de prolongarse al infinito. Tal concepto tlöneano permanece debidamente subordinado a procesos mentales, carentes de una concepción espacial, la cual perdura irrestrictamente en el tiempo. Ciertamente nueve monedas contenidas en la vastedad de una sola; cien monedas, mil monedas, cien mil más una y todas, vinculadas a la extensión “inespacial” de una sola, porque “los metafísicos de Tlón no buscan la verdad, ni siquiera la verosimilitud” buscan el asombro razonado en un presente indefinido, tan indefinido como los números en que basan su aritmética, donde las operaciones de contar modifican las cantidades y las convierten de indefinidas en definidas.

Quiero suponer que a partir de este fantástico principio, debí generar el fundamento relativo al misterioso comportamiento del número nueve, y no me refiero exclusivamente a un nueve tlönico, sino a cualquier nueve infinito contenedor de todos los números donde obligadamente la igualdad comporta la identidad. Para tal efecto, me he remontado a la Escuela Pitagórica auxiliándome con un número figurativo. Donde el noveno número es representado por nueve puntos dispuestos en tres filas paralelas, en las cuales instalé –ilusa de mí- las nueve monedas de tlön, configurando de tal modo un número cuadrado.

Recordemos que análogamente los pitagóricos obtenían números “triangulares”, “rectangulares”, etc. Lo cierto es que los números “cuadrados” representaban la “perfección”, de la misma manera que los números nones la idea de lo “perfecto”.

A partir de esta concepción pitagórica del número cuadrado, deberé inferir el comportamiento singular del nueve. Veámoslo con un ejemplo: escojamos arbitrariamente un número ni muy pequeño ni muy grande, por decir el primero que me viene a la mente, que sea el cincuenta y cuatro mil seiscientos setenta y ocho. ¿De qué forma puede justificarse este número conteniéndolo en la sutil perfección del “perfecto” número cuadrado, de tal manera que la igualdad comporte la identidad? Nada más fácil como un acto cotidiano, tan simple como el hecho de sobra conocido de reducir el número al elemental concepto de un solo dígito, sumando las cifras de 54678 y eliminando el nueve, aceptamos categóricamente que es “representado” por el número 3. Esto es: 54678 donde 5+4=9, eliminamos el 9, 6+7=13, 13+8=21, finalmente decimos que 2+1=3.

De aquí surgen naturalmente dos cuestionamientos obligados: ¿por qué eliminamos el nueve durante la suma, y por qué el tres “equivale o representa” al número 54678? Primero voy a contestar la segunda pregunta y, para esto, me apoyaré de la configuración del número cuadrado de las nueve monedas de Tlön. Es decir: si usted tuviera que acomodar el número 54678 dentro del módulo cuadrado, y para ello tuviera cincuenta y cuatro mil seiscientas setenta y ocho monedas, vería que la última moneda caería exactamente en el mismo lugar ocupado por la casilla del número tres.




Ahora la primera pregunta: ¿porqué eliminamos el nueve? Eliminamos el nueve porque los nueve primeros dígitos saturan las nueve casillas del módulo, y cada vez que vamos saturando los nueve espacios vamos sistemáticamente eliminando el nueve. No olvidemos la magnánima concepción del “eterno retorno” de un entrañable ciclo repetitivo carente de un concepto espacial, ya que el mundo tlönico “no es un concurso de objetos en el espacio; es una serie heterogénea de actos independientes”, como un hecho fortuito donde abundan los objetos ideales según las necesidades imperantes.

Veámoslo de otra manera: si queremos acomodar 14 monedas en el módulo cuadrado, tendremos que saturar primeramente el espacio de las nueve casillas presuponiendo la identidad de las nueve primeras monedas, y a partir de la número diez reiniciar el acomodo de las restantes, iniciando lógicamente siempre en el mismo lugar figurativo de la primera casilla, pero en un segundo nivel edificado en una especie de reductio ad absurdum donde hipotéticamente cada ciclo de nueve monedas se reduce en el grado máximo de saturación. Es así como las 14 monedas quedan ubicadas en la quinta casilla ya que indiscutiblemente el 14 corresponde a 1+4=5.

Retomando el ejemplo anterior, veamos que ocurre con las 54678 monedas: en este caso se han reducido 6075 niveles de nueve espacios inexistentes, quedando finalmente ubicadas todas las monedas en la tercera casilla del módulo, por lo tanto no es necesario acomodarlas pacientemente ya que efectuando una simple división de 54678 entre 9 el residuo nos dará inmediatamente la ubicación, o lo que es más interesante y más práctico: sumemos los dígitos del número eliminando siempre el número nueve.

De aquí surge naturalmente otra pregunta. ¿Por qué sumando los dígitos de cualquier número hasta llevarlo al valor de una sola cifra, encontramos inmediatamente su ubicación dentro del módulo? Esto se da por una circunstancia muy particular que ocurre al dividir cualquier número del 1 al 8 seguido de “n” números de ceros o ninguno, entre 9. Para entender lo anterior usaré el mismo número 54678. Iniciemos con el 5 que por su posición espacial sabemos que vale 50000. De tal modo ahora tenemos el número seguido de cierta cantidad de ceros.

 A continuación hacemos lo mismo con el 4 y le otorgamos su valor espacial de 4000, continuamos con el 6=600, el 7=70 y el 8=8. He aquí lo interesante: La división de un número cualquiera del 1 al 8, seguido de “n” cantidad de ceros o ninguno entre 9, da siempre como resultado el mismo número entero repetido “n” veces correspondientes a la división, de igual manera que la fracción decimal estará también representada infinitamente sólo por ese mismo número. Por ejemplo 50000 entre 9 es igual a 5555 más un número infinito de 5s o lo que es lo mismo, 5555.5. Si dividimos 4000 entre 9 es igual a 444.4, 600 ente 9 es igual a 66.6, 70 entre 9 es igual a 7.7 y 8 entre 9 es igual a .8, si sumamos las fracciones decimales tenemos que 5+4+6+7+8=30 y 3+0= 3 Ya se habrá dado cuenta lo fácil que es encontrar la ubicación de cualquier número dentro del módulo.

Este procedimiento se puede analizar parcialmente como en el caso anterior, desglosando las unidades, decenas, centenas, etc. O directamente mediante la división del número entre nueve, donde se puede observar, como es de esperarse, que también la fracción y el residuo se repiten un número infinito de veces. 54678 entre 9 es igual a 6075.333... n veces 3. El 6075 indica la cantidad de veces que se saturaron los espacios ahora ya inexistentes.




Recuadro A: Desarrollo del número 54678 en unidad, decenas, centenas, millar y decenas de millar, con la finalidad de obtener un número seguido de X cantidad de ceros o ninguno.

Recuadro B: planteamiento de la división entre 9 de los números obtenidos en el recuadro A.

Recuadro C: Un número seguido de X cantidad de ceros o ninguno dividido entre 9, resulta el mismo número repetido n veces tanto en la parte entera como en la decimal. La sumatoria 6075 indica los niveles de saturación del 9.

Recuadro D: La suma de los dígitos decimales determina la ubicación en el módulo.

Retomando el recuadro C, vemos que las fracciones (escritas con un solo decimal que se encuentran encerradas en cuadros) son las siguientes: 5, 4, 6, 7 y 8. Como usted podrá observar, corresponden al mismo número dividendo del que resultaron como fracción y residuo. La sumatoria de los valores del recuadro C indica la cantidad de niveles de nueve espacios que se han saturado. El recuadro D nos demuestra cómo al sumar los números fraccionarios encontramos inmediatamente la ubicación del número 3 dentro del módulo.

Quizá tenga razón de Quincey cuando dice que “el mundo está hecho de correspondencias, está llenos de espejos mágicos y que, en las cosas pequeñas está la cifra de las mayores”. Tal es la cosmogonía del sistema metafísico, donde no hay “la posibilidad de conocer objetos transfísicos, ni posibilidad de una ciencia universal y necesaria”. Bien se dice que “el número nació en la superstición y fue criado en el misticismo”; de tal modo fueron los números el fundamento de la religión y la filosofía, tal vez también el fundamento de la filosofía del planeta Tlön, pleno de procesos mentales que no se desenvuelven en el espacio sino de modo sucesivo en el tiempo. Arquímedes, el más grande sabio de la antigüedad, quien murió por estar “demasiado absorto en un trabajo intelectual”, entendía el aspecto formal del número aún careciendo de un sistema estricto de numeración.

El número apareció y se desarrolló en las sociedades primitivas bajo una mística actitud mental, impregnada de creencias y fuerzas imperceptibles para los sentidos, hondamente transformados en clara conciencia. No hay esfuerzo intelectual considerable capaz de despojar a los números de las virtudes y propiedades mágicas que les fueron concedidas. Algo de Platón y Aristóteles aún divaga en oscuras extravagancias, al amparo supremo de la extraordinaria influencia pitagórica, enfática adoradora del número donde trece, número nefasto, es indiscutiblemente un número primo.

La mitología abriga el oculto significado de los símbolos numéricos. Inmensa es la numerología y, más grande aún –desde tiempo inmemorial- la fascinación que ejercen éstos sobre el espíritu humano. Los fenicios, más inteligentes que los romanos, inventaron el sistema de numeración empleando solamente nueve caracteres cuyos símbolos gráficos son de origen hindú, quienes tuvieron la genial idea de inventar el cero.

No son pocas las definiciones formuladas sobre el concepto del número; en este momento quiero recordar la de Kant (1724-1804), quien lo define como “la repetición sucesiva de la unidad”; y la de Boutroux (1845-1921), quien dice que: “Número es una colección de objetos de cuya naturaleza hacemos abstracción”. Para la escuela Pitagórica, colmada de secretos y símbolos mágico-matemáticos, “el número entero corresponde a la idea de Dios”. Pitágoras considera al número como la esencia y el principio de todas las cosas.

Indudablemente “Tlön es un laberinto, un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado para que lo descifren los hombres”, donde nada sabemos con certidumbre de las cincuenta y cuatro mil seiscientas setenta y ocho monedas, porque todo ha sido reformado y, “las matemáticas aguardan también su avatar...”

Imagino así, la existencia de un lugar artificioso pleno de encrucijadas y plazuelas, sustentado en el conjuro numérico más allá de las paredes adelgazadas frente al juego de los espejos, y encuentro la conjunción involuntaria que produce el reordenamiento de tales números. Porque finalmente, todo se traduce en el instrumento de un hecho esencial, el enigma del número por el número mismo, que se descubre y se renueva en fugaces destellos, como en la metódica aparición de los “hrönir”, que permiten modificar el pasado en un producto de la sugestión y el objeto educido por la esperanza.

Similar es la asociación de las monedas que bien pudieran haber sido ¿por qué no 86574 o cualquier combinación numérica posible entre sus cinco dígitos? No obstante, para cualquier caso hay siempre un método válido, ventajosamente gráfico y sustancialmente rápido para explicar el mismo objetivo: y para el caso concreto coloquemos las 54678 monedas, o si usted lo prefiere las 86574, y vayamos colocando por separado el valor absoluto de cada uno de sus dígitos, acomodándolos en módulos independientes de nueve casillas, de tal manera que se logre la saturación del espacio.




Primer bloque: Los cinco dígitos del número 54678 se colocan en módulos independientes. A continuación los números figurativos se reacomodan nuevamente en los módulos de manera que se vaya saturando el 9 hasta obtener la posición equivalente al valor de la igualdad e identidad del número original.

Segundo bloque: El número 86574 es sólo una combinación posible de todos los números que se pueden obtener del original. Como se puede observar el resultado en cada caso, siempre será el mismo.

  Este brevísimo método ilustra la igualdad del número 3 comportando la identidad y la pluralidad de ambos números y de otros afines, que comienzan “a borrarse porque se pierden los detalles cuando la gente los olvida”.

A tales actitudes de ocio me conducen ciertas conversaciones de tardes literarias, tal es el planteamiento del número 9, ese número misterioso que determina si usted, amable lector, por ejemplo, nació el 15 de septiembre de 1963, habiendo sumado los dígitos y eliminado el espacio inexistente, ahora comprenderá por qué es el 7 su número cabalístico. Ahora bien, si como dice Borges al final de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius: “Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial de Browne”... usted tampoco haga caso...

SUAVE AMOR



SONETO

Con cada luz habrá de renacer
Tu suave amor que crece como un mito
Y se adhiere a mi piel y yo lo admito
En este mar que me hace estremecer.
 
Es un sol que me inunda de placer
Y estremece mi cuerpo al infinito
Con sus besos ardientes como un rito
En el delirio de cada amanecer.
 
Efluvio azul de mi felicidad
Crepúsculo de luz que yo amaré
En cada cielo, en cada eternidad.
 
¡Oh! Sueño del que no despertaré
¡Oh amor! De sublime intensidad
¡Oh de mí! Y yo sin ti, no sé que haré.

 

LIQUIDÁMBAR DE OTOÑO



Esta tarde…
liquidámbar de otoño
se percibe la cadencia cacofónica del viento
junto a las voces de un roble carmesí
en el paisaje encendido de arces naranja.
 
El ciruelo incendia sus ramas de fuego
y los frutos se humedecen con palabras
cristales de sal que habitan quimeras
caudalosas señales saturadas de lágrimas.
 
Esta tarde…
perenne de luz
como silenciosa sombra se posa sobre la hierba
el vetusto césped que anida canciones
y arrulla las horas de aves viajeras.
 
Esta tarde…
extravío de amor
  se conmueven del sol las mareas
luceros de gracia y lluvia de estrellas
cáliz de tregua
espejismos de mi alma.

 

ALGUNA VEZ



 
Alguna vez podrán las flores en invierno
exhalar aromas de canela y cierzo
vientos de sal marina
frutas de azúcar
aguamiel de tus besos.
 
Alguna vez podrán los caminos sin sendero
conquistar las piedras turquesa del cristal
parques arrebolados en la fronda
azahares de inmóvil vuelo
alas coloridas de todas las aves canoras.
 
Alguna vez podré amarte más que ahora
tal vez mañana
cuando los luceros revivan quimeras dormidas
y el tiempo detenido en nuestros cuerpos
envuelva con dulzura el azul perenne del cielo.
 
Entonces…
sólo entonces
todo podrá ser alguna vez
como aquellos días de cocuyos y luciérnagas
espejos nocturnos que iluminaron nuestros sueños.

 

HOY NO ME DISTE UN BESO



 
Hoy no me diste un beso
ayer tampoco, ni siquiera antes de ayer.
 
Y bien que lo sabe el viento
céfiro febril de mis sueños, luz cegadora de tus ojos.
 
Impetuoso delirio de mi espíritu
aliento extenuado en el espejo de tu pródiga sonrisa
sustancia atrapada en la fuente de mis labios
demonio acurrucado en las tersas y húmedas paredes
prístinas aristas vestidas de encaje, de luz y de sol.
 
Bosteza la bóveda del silencio suspiros marinos
como el azul del mar que estremece las sábanas
olas perfumadas de sándalo
destellos del alma que se llenan de sombras en la oscuridad.
 
¡Sí!...
Hoy no me diste un beso
ayer tampoco, ni siquiera antes de ayer.
 
  Se pilló el olvido tu último beso
¡Imperdonable extravío de mi alma!
caricia de un sendero melancólico
que deshilvana los muros del recuerdo
espaciosas montañas donde evoco el fuego
silencioso cristal, ave fugaz que me dejó sin nada.

 

EN CÁMARA LENTA



Leo un libro incomprensible
en la terraza de un bar
debiera sentirme sola
porque la silla frente a mí
está vacía
y porque la gente que me rodea
no se ha percatado de mi presencia.
 
Tomo una cerveza
oscura y… tibia (como siempre)
algo imperdonable para una bebida
que debiera ser refrescante
pero esta mañana
con la luz del día
algo se me escapa
porque todo transcurre en cámara lenta
¡y a la inversa!
¡si!
no cabe duda
te has levantado de la silla
desandando tus pasos lejos de mí.
 
Un niño en la calle vende periódicos
a nadie le interesan las noticias de ayer
ni siquiera las de hoy
porque pronto todo dejará de ser noticia
tal vez por eso
los duraznos han vuelto a la flor
y la flor del árbol a la semilla
que permanecerá en la tierra
oculta
latente
implícita y silenciosa.
 
El viento arrastra las nubes
que anunciaban lluvia
un joven se desprende de los brazos de su amada
que ha vuelto al calor de otros brazos
su primer amor de cabellos oscuros y rizados
el ajetreo de la ciudad se ha paralizado
y como una ola de polvo
se diluye por sus calles
llevándose entre los restos de la gente
el lánguido sonido de un organillero.
 
El mesero se ha ido
el bar permanece cerrado
recorro las calles que antes fueron avenidas
senderos que serpentean la nostalgia de un sueño
vuela un pájaro
nace una flor
inicia el día
todo transcurre con la insensible monotonía
que aprisiona el transcurrir del tiempo
mientras yo leo
desde mi ventana
las páginas de un libro incomprensible.

 

DESTINO DE MI MEMORIA



 
Ven
sombra
acompaña mi destierro
y has de este camino
el destino
de mi memoria.

EL MURAL DE LA CANTINA




-En el dominó- dijo Luis Cabral -la ficha clave es como la mujer. La tienes que tener siempre en la mano... no sabes en que momento la puedes necesitar... y menos a cual de todas.
Rodeados del humo del cigarro y el calor de las copas, los jugadores van deslizando las fichas sobre la mesa. Las van empatando una a una, mientras los más hábiles adivinan las que quedan aún por jugar, las que se acarician ávidamente entre los dedos o giran vertiginosas en espera de ser lanzadas en el acto final.
-No la chingues compadre, esa guárdatela en el culo... era la otra.
-Uta Luisito, comiste gallo... que se me hace que esa vieja anda rejega.
Hay dos cosas que Luis Cabral nunca perdonaba: perder una partida de dominó y perder a una mujer. Y por esos días andaba perdiendo las dos cosas. -!Paso!... no me oiste compadre... !paso!... límpiate las lagañas para que mires bien.

El Comandante le sonrió a Anselmo cuando arrojó su penúltima ficha, hizo pasar a los tres, ni siquiera les dio tiempo de ver su juego cuando dejó caer la última ficha.
-!Carajo compadre!... siempre al final te cagas... a ver si al menos haces bien "la sopa".
Las fichas se revolvían volteadas sobre la mesa entre las manos toscas de Remigio. Se revolvían como Amalia en la cabeza de Luis Cabral.
-La muy cretina- dijo -se hace del rogar compadre... todas se ponen muy difíciles al principio... y después hasta se te resbalan solas.

Cabral tomó sus siete fichas, las fue parando una a una, las acomodó bien juntitas, ni una carreta, cinco cuatros, cuatro cincos.
-Ya chingamos compadre- se frotó las manos y apuró un trago de cerveza. Salió la carreta cargada de tinta que Anselmo puso al centro de la mesa.
Cabral empató la seis/cuatro -para comenzar compadre- pensó lamiéndose los labios. Inmediatamente se escuchó el sonido certero de la ficha seis/cinco a la retaguardia de la carreta. Cabral encendió un cigarrillo, vio como se disolvía el humo entre la luz pálida de la lámpara. Sabía que el Comandante no tenía "cuatros" y para colmo le había dejado abierto el juego por ambos lados.

Remigio tardó en jugar, tenía la vista clavada en las tres fichas, cuando sintió que materialmente se cagaba, estaba de un color amarillo-violeta, que viraba dolorosamente a gris-ceniciento. Apenas alcanzó a decir: -paso... paso Luisito... en verdad que ésto es cosa del diablo.
-Juegas como marica- arremetió Cabral contra el compadre arrojándole todas sus fichas. De inmediato se alejó del salón dando violento portazo.

 No se le volvió a ver en su mesa de juego por varios días hasta que llegó el sábado. La cantina estaba concurrida como siempre, salvo que ahora Luis Cabral, quien era el dueño del bar, les tenía a todos una sorpresa. Un enorme letrero tan largo como la pared, sobre un débil fondo marino rodeado por ambos lados de unas esculturales sirenas decía: TODAS LAS MUJERES SON UNAS PUTAS.

Cabral llegó a media tarde. Muy alegre y oliendo fuertemente a colonia. Lo vio venir su compadre Remigio que se encontraba frente al "mural". -Dichosos los ojos Luisito- se dieron un fuerte abrazo -tú si que conoces bien a las pinches viejas- agregó Remigio -ésto hay que celebrarlo.
-Pues que sea por Amalia- dijo Cabral.

Remigio se aproximó al mural para deleitar su vista con una de las frondosas sirenas, pero sus ojos se desviaron hacia un discreto letrerito escrito en la parte superior de una ola que decía: "Menos Doña Cuquita Trejo viuda de Cabral, que Dios tenga en su Santa Gloria".
-Ay Luisito que noble eres de corazón... si tu madrecita viviera.
- ¿Tu crees que le daría gusto compadre?
-Harto Luisito, ya vez lo buena que fue y lo mucho que te quiso... pero olvidémonos de pinches tristezas Luisito, que ya están esperando Anselmo y el Comandante.

Después de varias rondas las fichas seguían abriéndose sobre la mesa. Se abrían ruidosas y seguras cortando el silencio de los jugadores.
-No le afloje compadre, que ya ganamos uno y éste lo tenemos que cerrar con zapatero.
Carmelo se llevó las botellas vacías y trajo más cervezas. Limpió los ceniceros y acomodó sobre la mesa unos platitos con cacahuates, tostadas de manitas de puerco en vinagre y guacamole.
-Pinche compadre, ya jodimos- dijo sonriendo Cabral que sólo le quedaba una ficha.

El Comandante se pasó la mano sudorosa sobre el lacio cabello negro. Tenía dos fichas, le llevó un minuto contar las que estaban sobre la mesa. Vio que Remigio tenía dos fichas también y Anselmo sólo una. Dudó por un momento pero acabó lanzando la que creyó más conveniente.
-!Esa era la buena!- dijo Remigio empatando una de sus dos fichas.
-Ya ni la chingas Comandante, mejor no la pienses tanto y tira a lo pendejo... a ver si así le atinas.
Cabral dejó escapar una ruidosa carcajada abriendo su última ficha. Puso su mano izquierda sobre el hombro de Anselmo y le dijo: así son las cosas del juego. Carmelo se llevó los platos vacíos de la botana, los volvió a llenar, trajo más cervezas, chicharrón en salsa verde y tortillas recién hechas.

Remigio estaba contento. El juego había salido a pedir de boca, pero algo le picaba. No le hacía gracia el gusanito que se le arremolinaba por dentro.
-Usted me va a perdonar compadre Luisito... pero para que más que la verdad, a mí eso del letrero me tiene bien encabronado.
-¿Porqué Remigio?
-Usted sabe como lo quiere la comadre. Hasta me lo consiente, ya ve que buenos chiles rellenos le prepara. ¿Y que peros le pone a las tortas de vena?. No hay que ser Luisito, no corte parejo.
-¿Conque era eso?, que falta de confianza compadre. A ver Carmelo háblale a Jacinto.
-Diga patrón.
-Ponme bonito el nombre de la comadre Margarita... ya sabes donde.
-Y el de la Magali, que ya está en edad de merecer- añadió Remigio.
-Para no agraviar a los presentes- intervino el Comandante -háganos usted el favor.
-No faltaba más Comandante. Anota los nombres que te indiquen los señores Jacinto, y sin decir más se despidió.

Al día siguiente que era domingo, Cabral se sorprendió de ver tan concurrida la cantina. Y con gran asombro vio que las olas azules del mural, transportaban gran cantidad de nombres. Las santas madrecitas, las abnegadas esposas, las tías solteronas dedicadas en cuerpo y alma a Cristo, las hermanas, las hijas y hasta las nietas de los más asiduos parroquianos, estaban cuidadosamente anotadas.

Conforme pasaban los días las olas se iban haciendo más espesas, y Jacinto que era el anotador oficial, vivía gustoso su nuevo oficio, pues le dejaba más que su paga mensual con todo y propinas.
Llegó a tener tanta fama el mural de la cantina, que prácticamente todas las mujeres del pueblo estaban anotadas, incluyendo las de la familia del Alcalde, y la madre y la hermana del Señor Cura.

Un día se encontraban tres parroquianos jóvenes bebiendo junto a la barra, cuando uno de ellos les aseguró a los otros dos: -Ya le bajé los calzones a la Lupe.
-No mames güey.
-Lo juro.
-¿Donde?
-Cerca del arroyo.
-¿Y todo lo demás?
-Toditito... (suspiró)
-Pinche Lupe, me juró que la próxima semana se hacía mi novia, hasta me dijo que le iba a pedir permiso a su jefa.
-Ni modo cuate, te comieron el mandado.
-Puta vieja, pero ésto no se queda así, por lo pronto... !que la tachen!
-Estás jodido.
-Si, !que la tachen!... a ver Jacinto, ¿cuánto por tachar a la Lupe?
-!Ah jijo!, pues eso te va a costar el doble.
-No seas cabrón ¿porqué el doble?
-Es más responsabilidá.
-Pues cóbrate y que no quede ni la seña.

Lupe se enteró que la habían tachado en la cantina y de puro coraje empezó a rajar leña, dijo que la hermana de Juancho se acostaba con su primo en la cama de sus papás. Y que Delfina desde cuando que ya no era señorita. Y que la tía beata de Ubaldo se daba golpes de pecho con la reata del Señor Cura. Y una a una fueron apareciendo tachadas como el lado negro de las fichas del dominó.

Cabral estaba muy al pendiente de "las bajas" que había en el mural de la cantina -lástima- decía -esas olas van quedando muy manchadas. Jacinto había estado muy activo en los últimos días. Subía y bajaba a cada rato de la escalera. Apenas si tenía tiempo de ir a ver unos terrenitos que estaba por comprar. Si algún parroquiano casadero andaba en busca de novia, primero se aseguraba que la candidata no estuviera tachada. -lo malo- decían -es que ya sólo quedan las más viejas... y las más feas.

Un día apareció tachada la loca Matilde. Nadie lo podía creer. -¿Pero cómo es posible que alguien se halla acostado con esa bruja desdentada y coja? Se requiere estar bien jodido... y armarse de mucho valor... o andar muy necesitado- Entre risas y comentarios se supo que el enterrador se veía con Matilde en el cementerio. -Seguramente primero le hecha agua bendita. Todos celebraban a morir las agudas bromas. Lo grave fue cuando tacharon a la esposa del Alcalde, y por si fuera poco a sus dos hijas. Nunca se supo quien fue el autor de los cuernos. Aunque algunos aseguran que fue cosa política. Lo cierto es que a los pocos días el Alcalde renunció, y el nuevo representante que era viudo y sólo tenía hijos varones, se hizo asiduo de la cantina y muy amigo de Luis Cabral. Remigio abandonó a su familia el mismo día que tacharon a Margarita su mujer, pues se enteró que no sólo chiles rellenos le hacía a su compadre Luisito.

Cabral estaba por iniciar una tarde de dominó, cuando le avisaron que acababa de llegar su padrino. Salió inmediatamente a recibirlo.
-!Padrino, hasta que por fin se deja ver!
-Muchacho, para que te voy a decir que vengo por ti, ahora que estoy tan ocupado con los asuntos del rancho. Vengo por lo de tu mural, que hasta allá ha llegado la fama de tu cantina. Pues la mera verdad es que hay que ver para creer. !y mira nomás! tal como me lo habían dicho. !Ah que punta de cabrones!, ninguna virgencita me dejaron en este pueblo.
-No se queje padrino, que de usted han sido casi todas.
-No en balde me dicen el gallo de oro.
-No en balde soy su ahijado padrino.
-Todavía estas verde muchacho, aún te falta mucho por aprender... pero menos plática y más acción. Por lo pronto déjame ganarte en el dominó.
-Pa luego es tarde padrino.

Luis Cabral hizo pareja con el nuevo Alcalde. El padrino sólo jugaba de compañero con el capataz del rancho. La primera ronda la ganó el padrino. -Para que no diga que no soy buen anfitrión.
-Eso dicen los pendejos que no saben perder ahijado.
Cabral tragó saliva. -No te me duermas Alcalde- le dijo enchilado a su compañero que en ese momento hacía "la sopa".
En la quinta ronda se cerró con zapatero la primera partida, a favor del padrino y el capataz.
-La revancha es la que cuenta ahijado.
-Pinches viejas, no lo dejan pensar a uno.
-Todo en su lugar ahijado, las viejas se juegan con las manos, y el dominó con la cabeza.
Carmelo trajo más cervezas.

 La botana casi nadie la comía -llévate estos platos que nomás estorban- dijo Cabral que estaba empezando a desesperarse. El anfitrión seleccionó sus siete fichas prácticamente con los dedos cruzados. Le salió la mula de seis -por lo pronto llevamos "mano"- pensó, eso reanimó al Alcalde que con una risita irónica dio a entender que tenía buen juego. La primera ronda fue de Cabral y la segunda también. Cuando abrió el juego de la tercera ronda por poco y se atraganta con la cerveza, -cuatro pinches mulas hijas de la tiznada- estuvo a punto de decir, pero se aguantó como los hombres. -¿A ver que hace este hijo de puta?- pensó, pero no tardo mucho en saberlo cuando éste le preguntó:
-¿Sale usted Luisito?
-!Me lleva!- se mordió la boca para no delatarse.
-Salga usted Alcalde.

El representante del pueblo salió con la ficha anodina tres/cinco. Cabral se tomó de un sólo trago la cerveza, rápidamente Carmelo le trajo otra bien fría. El padrino pidió botana y Cabral aprovechó para ir a orinar. Se vio la cara en el espejo del baño, tenía los ojos irritados y en su semblante se adivinaba el cansancio. Se hechó abundante agua en la cabeza, y con el cepillito que llevaba en la bolsa trasera del pantalón, se peinó con gran esmero. -Así me gusta ahijado, no hay que perder el ánimo.

El juego fue un estire y afloje, finalmente lo cerró el capataz con cinco puntos en su contra, los contrincantes tenían toda la tinta. Cabral estaba al borde de la histeria. Habían perdido "la mano" y empezaba a darle vueltas la cabeza. -!Ah que mi ahijado! ¿y cómo te tratan las viejas?... ¿todavía te siguen haciendo cosquillas las tortas de vena?... cuidado muchacho, que mucho picante puede hacerte daño.
-No la chingue padrino.
-Más respeto muchacho, que te voy ganando en el juego y en experiencia. Cabral se tomó tres cervezas más durante la ronda que perdió deplorablemente.
-¿Tu dices si le llegamos al final o aquí le paramos?
-Yo nunca me rajo padrino- dijo casi babeando.
-!Este es puro hombrecito!... eso dijo tu madre el día que naciste muchacho. -No la meta en esto- empezó a sollozar Cabral recostado sobre la mesa.
-Estás bien pedo ahijado, si te viera tu madrecita santa. !Ay Refugio!... !que carita!... !que manos!... !que cuerpecito!... !ay hijo! y yo que la quise tanto.

 

INSECURITY



EL CIBERESPACIO ES DE TODOS
 
Escribo entre textos alucinados
Que cubren mi pantalla de mensajes
Outlook Express correos
Spam chatarra
Propagación de mierda
Que viaja al ciberespacio
Con su virtual narcótico
A cuarenta y cinco KBs por minuto
Norton Internet Security
Asunto: Hi Ed tattoo
A v a l a... I n s e c u r i t y
Asunto: Hi Egan
Yahoo, Hotmail, Prodigy
I n s e c u r i t y
Asunto: War in Líbano
Silicon Valley Tarot
Asunto: missiles
Diversión en bits
Bits…
Bits…
Bits…
Divino Dragon Ball
Me too fans
wwww.veryfunnylandyet.net
Imágenes vertiginosas
Atiborran
Saturan
Invaden
No veo la página electrónica
Mundo paranoia
La conexión rápida
Hacker…
  Hacker…
please don’t me.

 

LOS SEDRAKS



Ayer
entre la multitud
vi tu rostro
en el semblante taciturno
de otros rostros
como una ola gigante
desplazándose…
hacia un despeñadero
indiferente
sombrío
y detrás de ti
un tumultuoso polvo
de tiempo desterrado
de profundas grietas
de cientos de miles de años.
 
En los cántaros
el vino ya no fluye como el agua
en la montaña
ya no canta el pájaro de barro
los sedraks ahuyentan
el perfume de la hierba
flotan barcos de papel
sobre el golfo de Lepanto
¿dónde ha quedado la fragua de hierro
que funde el sueño de la mandrágora?
¿qué luz cobijará a los sedraks?
que hoy nos sonríen
con palabras de una lengua
que nace en las tinieblas
de un largo viaje
oculto en el fondo de un enigma
de un rostro que emerge
espacioso…
en un vacío...
que se llena de nada.

BUENA SUERTE, MALA SUERTE



DÉCIMA
 
En el aciago camino
viose un hombre diletante
que reía muy campante
su coraje y su destino
más la suerte lo previno
de mortal despeñadero
entre piedras y un madero
surgió un cofrecillo de oro
que presto agarró el tesoro
hundiendo su cuerpo entero.

HUKA-YAMI



Cuento de ciencia-ficción Premiado por el Gobierno y la Universidad de Guanajuato

Alejarse por algún tiempo de su actividad como investigador del Instituto de Estudios Biomédicos, le provocaba al Dr. Nagachi Takama una inexplicable reacción de insensatez personal hacia su lealtad a la ciencia. Durante doce años de empecinado trabajo había siempre encontrado las circunstancias experimentales adecuadas que le habían permitido aplazar para mejor ocasión sus temporadas de descanso. Todo aquél que conoció a tan particular y solitario hombre, debió quedar sorprendido ante la noticia de su inusitado viaje a la isla Funchai.

Viajó en tren hasta el puerto Sakú donde pasó la noche. Al día siguiente un coche lo llevó al muelle frente al embarcadero, donde ya lo esperaba Fumico Soseki, el barquero a quién el Dr. Nagachi conociera en sus incipientes años de investigador. Cuando llegaron a la isla Funchai el Dr. Nagachi se dirigió a casa de la viuda Tané -amiga entrañable de su familia- quién vivía sola. Esa noche se celebraban las ceremonias a Niké-Nekó. Enorme gato hecho de papel, el que según la tradición era el simbólico protector de los naufragios. Fumico al ver llegar al Dr. Nagachi a la fiesta, lo recibió ceremoniosamente y lo acomodó en el lugar de honor de su barcaza.

Fumico estuvo particularmente alegre y conversador. Como todo hombre de mar, solía contar aventuras fabulosas a la cual más extraordinarias. De cuando en cuando tomaba unos sorbos de su tasa de sake. El Dr. Nagachi no acostumbraba tomar, así que su taza permaneció todo el tiempo llena. Fumico en cambio la vació varias veces sin dejar de narrar sus aventuras. De pronto, con un gesto decidido, se acercó al Dr. Nagachi y le dijo cerca del oído, muy quedo: Todos los monstruos marinos de que he hablado son pequeños en comparación a los de la isla Huka-Yami. El hombre que pisa la isla muere. Nunca, nunca vayas a Huka-Yami. Ahí te espera la muerte.

Era ya media noche cuando la gente comenzó a retirarse. El Dr. Nagachi se despidió agradeciendo infinitamente las atenciones de la familia Soseki. La claridad nocturna iluminaba sus ojos rasgados y su tez pálida, donde aún se dibujaba el asombro del relato de Fumico. A la mañana siguiente, muy temprano, encaminó sus pasos a casa de la familia Soseki. Fumico se encontraba arreglando la empalizada del jardín. -Hermosa mañana Dr.- dijo Fumico -pase, ya lo esperaba. Se sentaron en la terraza. El viento traía hasta ellos la brisa del mar. El Dr. Nagachi escudriñaba el horizonte tratando de adivinar la existencia de la isla Huka-Yami. Fumico rompió el silencio, como si de alguna extraña manera hubiera adivinado los pensamientos del doctor.

-Allá se encuentra Huka-Yami. La isla que olvidaron los dioses y los hombres. Todo lo recuerdo muy bien- continuó Fumico -Fue en el mes de agosto. A los pocos días de la bomba nuestra isla se había convertido en campo de refugio. La gente huía del desastre en todas partes. Nadie ha podido explicarse, el porqué en Huka-Yami se sintieron los efectos de una bomba invisible. Nadie escuchó nunca detonación alguna. Se perdieron las cosechas y los animales, la gente enfermó gravemente. Al principio se mostraban sin fuerzas ni ánimo para nada. Se pasaban todo el tiempo sentados en la playa con la vista al mar. Hasta que morían quedando sus cuerpos quemados y secos como pedazos de cartón.

Fumico hizo una pausa y continuó el relato. -Hace tres años organizamos una expedición para ir a Huka-Yami. Éramos seis hombres en una embarcación. Cuando nos acercamos a la isla, parecía como si hubiésemos llegado a un lugar equivocado. aquella vegetación exuberante que siempre anunciaba la proximidad de Huka-yami, se había transformado en una gran mancha gris. Un aire cálido agitaba los faroles del mástil. Cada vez se hacía más fuerte y más cálido. Corría por nuestro cuerpo, haciendo un sonido cortante que terminaba en silbido agudo y comenzaba nuevamente como si viniera del centro de la tierra. Todos luchábamos para escapar de esa pesadilla. Nos faltaban las fuerzas para retroceder. Con gran esfuerzo controlé el timón y poco a poco nos fuimos alejando con los ojos clavados en la isla hasta que la perdimos de vista.

Durante la noche el Dr. Nagachi no pudo más que pensar en Huka-Yami, ya que después de una acalorada discusión con Fumico, había logrado convencerlo para hacer el viaje. Saldrían en un par de días ellos dos, acompañados tan sólo de Hanaoka y Mizoguchi. El mar estaba tranquilo. La figura de Niké-Nekó guiaba al frente la embarcación. Fumico paró el motor para acercarse lentamente. Al momento se sintió un gran silencio que los hizo escuchar el silbar del viento. El Dr. Nagachi fue el primero en bajar de la barcaza, vio a sus compañeros poco decididos a acompañarle, así que retomó el paso. Apenas se había alejado unos metros cuando Fumico descendió de la barcaza haciendo lo mismo Hanaoka y Mizoguchi, quienes bajaron cargando el material que el Dr. Nagachi había seleccionado para la exploración.

El Dr. Nagachi se encontraba sorprendido ante aquel desolado paisaje. A lo largo del trayecto se dedicó a recolectar muestras del suelo y de los escasos arbustos de extrañas formaciones foliares. Ejemplares que parecían ser los únicos representantes de la vida en la isla. El cálido viento empezó a soplar con más fuerza. Parecía que viniera de todas direcciones y penetrara con furia en una cueva. El Dr. Nagachi sintió deseos de entrar. Se sintió arrastrado hacia ella por un impulso ajeno a su voluntad. Empezó a caminar lentamente hacia la cueva, mientras un ruido ensordecedor mantenía paralizados a sus compañeros. Mizoguchi logró movilizarse. Jaló al Dr. Nagachi quién se resistía a retroceder. Entre todos lograron alejarlo del fantasma invisible. Los cuatro hombres emprendieron el regreso.

Inesperadamente una densa nube se lanzó contra ellos. Eran insectos, cientos de insectos que los atacaban. Inútilmente trataban de espantarlos. Hasta que desaparecieron con la misma velocidad con la que habían llegado. En la desesperación por evitar el ataque, Mizoguchi había tropezado y caído al suelo. No se dio cuenta que de las rocas había salido un enorme escorpión hasta que sintió un agudo dolor en la pierna. Al escuchar sus gritos, el doctor, Hanaoka y Fumico regresaron hacia él. ¡Un escorpión ha picado a Mizoguchi! -gritó Fumico. El Dr. Nagachi procedió de inmediato a atenderlo haciéndole sangrar la herida. Una inconsciente reacción de investigador le hizo dejar gotear la sangre en un frasco y ordenar que atraparan al escorpión. -Debemos alejarnos de aquí inmediatamente- dijo el doctor al ver alarmado la inflamada pierna de Mizoguchi. Entre él y Hanaoka lo levantaron. Fumico se adelantó llevando el material que el Dr. Nagachi había recolectado. En unos instantes estuvieron listos para partir. Fumico hechó a andar la máquina, y al ver alejarse a la isla Huka-Yami, sintió que su corazón retomaba el latir normal.

Todos habrían de temer más desde ese día, a la serpiente roja que habita en el pantano, cerca de la costa norte, donde el Dr. Nagachi, Fumico y Hanaoka dijeron había ocurrido el accidente en el que perdiera la vida Mizoguchi. Un mes después, el Dr. Nagachi recibió del Instituto de Estudios Biomédicos el material que había solicitado. El Dr. Hachiya le incluía una carta en la que le expresaba lo bien que le parecía que prolongara sus vacaciones. Mas su sorpresa por la petición del microscopio y el específico material de laboratorio. Concluía el Dr. Hachiya su carta, expresándole al Dr. Nagachi la esperanza porque éste le confiara el honor de conocer su nuevo proyecto de investigación que, a no dudar, había emprendido.

El Dr. Nagachi encontrándose en su improvisado laboratorio, al sacar el frasco donde estaba aún vivo el escorpión recordó con tristeza la muerte de Misoguchi. Estaba sumido en sus pensamientos cuando escuchó la voz de la pequeña Murasaki que había entrado al laboratorio. Era una niña vivaz, hija de los vecinos de la señora Tané. Desde que el Dr. Había comenzado a instalar su laboratorio, la niña solía visitarlo atraída por el microscopio y todo aquel mundo de reluciente cristalería de tubos y matraces. Momentáneamente se olvidó el Dr. Nagachi de la niña y se puso a vaciar en un tubo de ensayo el suero que había separado de la sangre de Mizoguchi. Se dio cuenta que mostraba un aspecto denso y refringente. Lo estaba observando con gran cuidado cuando de pronto se escuchó un grito lastimero de la pequeña Murasaki. La niña había destapado el frasco donde se encontraba el escorpión, el cual de inmediato insertó en el brazo de Murasaki su potente aguijón introduciéndole el líquido de sus glándulas venenosas.

El Dr. Nagachi rápidamente tomó en sus brazos a Murasaki y la sacó del laboratorio. En tanto, la señora Tané atraída por el grito de la pequeña había acudido hasta ahí. Enterada en rápidas palabras por el doctor de lo que había ocurrido, no vaciló en convertir al siniestro animal en una masa amorfa. La pequeña Murasaki había dejado de llorar, sólo a ratos se quejaba. El doctor le había limpiado la herida, aunque en el fondo sabía que todo era inútil y que nada habría de salvarla. Cuando amaneció, la niña ya no tenía temperatura. Su brazo aún estaba adolorido, inflamado y enrojecido, pero nada indicaba que se fuera a morir. Después de hacerle una curación, Murasaki se fue a su casa con sus padres. Por un momento el Dr. Nagachi llegó a suponer que la muerte de Mizoguchi no la había podido causar la picadura del escorpión ya que no se explicaba que la niña no hubiera sucumbido al supuesto veneno mortal.

Pero, ¿qué había causado la muerte a Mizoguchi? Tomó el tubo de ensayo donde se encontraba el suero, lo vio durante largo rato, su aspecto refringente le inquietaba. Vertió una gota en un portaobjetos y la observó al microscopio. Al principio aparecieron como pequeños puntos luminosos que se encontraban repartidos en toda la gota. ¿Qué es esto? -Se preguntaba el Dr. Nagachi. Dio el máximo aumento al microscopio y observó maravillado perfectas estructuras poliédricas compuestas de numerosas facetas brillantes. -¡Estos cuerpos son enormes! ¡Deben ser del tamaño de una gran bacteria! -murmuró el Dr. Nagachi. Hizo varias preparaciones y en todas encontró las mismas estructuras poliédricas. Realizó algunos dibujos y detalló al máximo sus observaciones, las que concluyó: -Creo que he encontrado el origen de la muerte de Mizoguchi.

Al día siguiente salió de compras. Regresó con cuatro conejos y una bolsa de galletas. Cuando la señora Tané lo vio llegar se alegró mucho, sabía que a él le agradaba el guiso de conejo, pero el Dr. Nagachi sólo le entregó las galletas y entró al laboratorio con los animales a los que les acondicionó jaulas separadas. A cada conejo le marcó un número distinto en la oreja. Al conejo número 1, le inyectó una pequeña dosis del suero de Mizoguchi, al número 2 le inyectó el doble de la dosis del mismo suero y al número 3 le inyectó suero normal. Si su tesis era cierta pronto morirían los conejos 1 y 2. Se sentó tranquilo a esperar, pero después de dos horas los conejos no mostraban signos alarmantes. Llegó la noche y los conejos seguían vivos. -¡Esto es imposible!- repetía una y otra vez moviendo la cabeza y caminando de un lado a otro del laboratorio.

Se pasó gran parte de la noche esperando que murieran los conejos, hasta que se quedó profundamente dormido recargado en la mesa de trabajo. A media mañana despertó sobresaltado. Levantó la vista hacia la jaula de los conejos que seguían vivos. Tomó al conejo número 2, le hizo una incisión en la oreja de donde recogió 5 mililitros de sangre. Después de separar el suero, observó varias preparaciones al microscopio. -¡Ahí están!- dijo, ¡las figuras poliédricas circulan por el torrente sanguíneo del conejo y no le ocurre nada! El Dr. Nagachi necesitaba poner las cosas en orden. Así que decidió analizar todas las muestras traídas de Huka-Yami. Durante varios días analizó todo el material. Llegó a preparar 175 extractos en diferentes medios acuosos, pero no encontró nada importante. Sólo le quedaba una pequeña cantidad del suero de Mizoguchi y un escorpión despatarrado nadando en solución alcohólica, además de los conejos a los que tenía que alimentar diariamente.

Después de varios días sin salir a la calle, la señora Tané se encontraba muy preocupada por la necedad del doctor de permanecer encerrado en el laboratorio. Y para sorpresa suya, ese día el Dr. Nagachi la invitó a dar un paseo. Fueron a casa de Murasaki donde pasaron un rato muy agradable. Al despedirse el Dr. Nagachi les dijo a los padres de la pequeña que era necesario hacerle un estudio. Una biometría de rutina que se acostumbraba hacer en esos casos. Cuando estuvo preparado el suero de Murasaki, se dispuso a observarlo al microscopio. De momento le pareció ver algo, enfocó dando el máximo aumento. -Aquí hay algo- decía excitado el Dr. Nagachi. Una figura poco definida era apenas perceptible. Había gran número de ellas en todo el campo visual.

Preparó diversos colorantes, probó con todos ellos, pero no logró teñir el extraño corpúsculo. Probó incluso con un extracto hecho de pigmento de granos de polen, hasta que por fin descubrió la interesante simetría del corpúsculo empleando el colorante que él llamó 3-EV. Una esfera anaranjada de la que salían numerosos filamentos se encontraba en gran número en el suero de la niña. El Dr. Nagachi permanecía estupefacto ante los inexplicables acontecimientos. Leía y releía sus anotaciones. Veía una y mil veces el dibujo que había hecho de las figuras poliédricas y sus nuevos bosquejos de la esfera filamentosa. -¿Qué está ocurriendo aquí?- se preguntaba. No tenía una respuesta razonable con que sustentar sus descubrimientos. Era necesario comenzar nuevamente por el principio.

Hacía tiempo que no veía a Fumico. Encontrándose perplejo ante las insólitas circunstancias acaecidas en su laboratorio, pensó que la compañía del barquero le haría despejar un poco la maraña de sus pensamientos. Fumico desde el viaje a Huka-Yami no había vuelto a navegar. Lo encontró descansando en la terraza. Caminaron un rato por la playa, siguieron bordeando la aldea hasta llegar a la casa del Dr. Nagachi. El laboratorio olía a corral, las charolas de las jaulas estaban llenas de excrementos y orines. El doctor no permitía que la señora Tané las limpiara y él, en los últimos días se había pasado la mayor parte del tiempo observando las preparaciones microscópicas.

Entre Fumico y el Dr. Nagachi limpiaron el laboratorio. Toda la cristalería quedó reluciente y en orden como el primer día. Ya se despedía Fumico cuando el Dr. Nagachi le dijo que le permitiera tomarle una muestra de sangre. Necesitaba un poco de suero para el control de un experimento que estaba por iniciar. Se le ocurrió revisar nuevamente todo el material traído de Huka-Yami, pero ahora emplearía el suero de Fumico como medio acuoso. Llevó los portaobjetos ya preparados a la estufa y los dejó ahí durante una hora. Llegado el momento se dispuso a observar las preparaciones en el microscopio. Tomó primeramente el control donde había solamente suero de Fumico. -¡Qué estupidez!- he empleado el suero de Mizoguchi. -Gritó, al ver la relucientes figuras poliédricas repartidas en toda la gota. -¡Qué estupidez!- continuaba gritando, al mismo tiempo que se pasaba las manos por el lacio cabello negro. Recargó sus codos sobre la mesa, dejando caer su barbilla entre sus manos. -Calma Nagachi- se repetía mentalmente- mientras su corazón empezaba a acelerarse. -¡No he podido equivocarme!- Tomó nuevamente el suero de Fumico, leyó varias veces la etiqueta con la fecha de la muestra y el nombre de Fumico. Hizo otra preparación y la colocó en el microscópio. Era inevitable, ahí estaban relucientes y retadoras las figuras poliédricas.

Con repentina desesperación tomó una jeringa y se extrajo sangre de su brazo izquierdo. Etiquetó muy bien el tubo de ensayo. Mientras separaba el suero revisó cuidadosamente sus apuntes. Limpió la jaula de los conejos y comió un poco de verduras que tenía para ellos. Cuando observó el suero marcado con el nombre de Nagachi, sabía bien lo que encontraría. Por supuesto, ahí estaban, relucientes los corpúsculos con perfectas facetas inconfundibles. En el momento que las observaba, un tenso frío recorrió todo su cuerpo. Una extraña estructura -pensó- invade tranquilamente mi organismo y mi cuerpo la acepta como propia, como si nada, sin ocurrir ni la más elemental respuesta inmunológica. Por la tarde salió en busca de Hanaoka, el más joven de los que habían ido con él a Huka-Yami. Lo encontró en su casa, acababa de regresar de pesca. El muchacho muy alegre mostraba aspecto saludable. El Dr. Nagachi le pidió tomarle una muestra de sangre. Hanaoka aceptó gustoso.

Ya en el laboratorio analizó el suero al microscopio. -¡Si, aquí están! -exclamó el Dr. Nagachi, quién ya estaba íntimamente familiarizado con las perfectas figuras poliédricas. Sin embargo, todo eran piezas sueltas de un rompecabezas sin sentido. Vio nuevamente al microscopio el suero de la pequeña Murasaki, lo preparó con el colorante 3-EV. Eran realmente interesantes esas esferas filamentosas de intenso color anaranjado. Tomó un poco del suero de Mizoguchi, lo observó largo rato. Tenía junto a él el gotero con el colorante 3-EV y pensó que quizás si lo empleara en la preparación del suero de Mizoguchi destacaría aún más la estructura poliédrica. Así lo hizo y al ver al microscopio, sus ojos no podían dar crédito a tan maravillosa imagen. Empezó a dar saltos de gusto. Reía como un niño, hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas. -La figura poliédrica- decía -tiene adentro a la esfera filamentosa. ¡Está adentro la figura filamentosa!

La señora Tané escuchó los gritos, se acercó alarmada a la puerta del laboratorio. -Doctor, ¿qué le ocurre? Se está volviendo loco encerrado en ese laboratorio. Calla mujer, que estoy ocupado. -Le gritó el doctor sin abrir la puerta. Inmediatamente se dispuso a teñir preparaciones del suero de Fumico, Hanaoka y su propio suero. Primero tomó una preparación de su suero, quería admirar el bello espectáculo de los corpúsculos que se habían apoderado de su cuerpo. Las manos le temblaban cuando colocó la preparación al microscopio. Recorría cuidadosamente la imagen iluminada del campo microscópico, al mismo tiempo que un gesto de desencanto ensombrecía su rostro. -¡Qué extraño!- dijo incrédulo -¿es que ya no sirve este colorante? Nada espectacular había ocurrido. Tan sólo se encontraban las figuras poliédricas como él las había visto en un principio.

Lo mismo ocurrió con el suero de Fumico y Hanaoka. Sólo el suero de Mizoguchi tenía en el interior de la estructura poliédrica a la esfera filamentosa. Todo empezaba a aclararse con este último descubrimiento. Las ideas adquirían sentido lógico para el investigador. Tomó nuevamente su libro de notas. Recordó hasta el último detalle de lo ocurrido en la isla de Huka-Yami. Repasó cuidadosamente todos sus descubrimientos. E inició de inmediato un nuevo experimento. Ya estaba todo listo: Al conejo 1A, le inoculó una dosis del suero de la pequeña Murasaki. Al conejo 2A, una dosis del suero de Hanaoka. Al conejo 3A le inoculó primero una dosis del suero de la niña y otra dosis igual del suero de Hanaoka. Tomó un cuarto conejo 4A al que inoculó de los mismos sueros que al conejo 3A, pero invirtiendo el orden de inoculación.

Se sentó frente a la jaula de los animales a los que veía atentamente mientras devoraba nervioso una hoja de lechuga. Después de unos minutos el conejo 3A comenzó a convulsionar y casi al mismo tiempo el conejo 4A era presa de violentos espasmos. Pocos minutos más tarde ambos conejos presentaban obstrucción respiratoria, hasta que sus cuerpos se desplomaron sin vida. No había duda ya para el doctor, Fumico, Hanaoka y él, sólo habían sido atacados por los insectos, la pequeña Murasaki en cambio, sólo por el escorpión. Entonces... ¡Los insectos tenían que ser los portadores de la estructura poliédrica y el escorpión era quién transmitía la esfera filamentosa! ¡Por eso había muerto Mizoguchi! ¡Solo él fue atacado tanto por el artrópodo como por los insectos!...

El Dr. Nagachi comprendió que una nueva forma de vida había surgido en Huka-Yami. Las radiaciones atómicas y las circunstancias particulares de la isla debieron generarla. Dos nuevos, extraños corpúsculos, se adaptaban perfectamente en los organismos vivos y éstos se convertían en portadores sanos, si es que albergaban a una u otra estructura. Estructuras que al integrarse ambas dentro de un ser vivo, se ensamblaban convirtiéndose en una unidad mortal. Esa misma noche el doctor se entrevistó con Fumico. Sin más rodeos le pidió que lo llevara cuanto antes a Huka-Yami. Discutieron largamente. Fumico se negó, le hizo ver el peligro que representaba para ambos volver a la isla. Finalmente el Dr. Nagachi le pidió que le prestara la barcaza. ¡Él acudiría sólo! Fumico lo vio tan decidido que al fin aceptó acompañarlo, pero le advirtió que él no pisaría la isla ni un sólo instante.

Bien, mi buen amigo. Así lo haremos. No te haré esperar mucho. Sé perfectamente bien por lo que voy a Huka-Yami. Partieron al amanecer. El viaje fue lento y silencioso. Al llegar a la isla un terrible presentimiento embargó a Fumico. El Dr. Nagachi reconoció de inmediato el lugar. ¡Era la cueva! La misma cueva que él había encontrado con Fumico, Hanaoka y Mizoguchi. Un impulso irrefrenable lo hizo introducirse en la boca siniestra. El doctor abrazaba fuertemente la caja en que llevaba unos cuantos frascos y su atesorada libreta de notas. Avanzó penosamente hacia el ígneo interior, hasta quedar atrapado por aquel túnel crematorio. Ahí murió, quedando su cuerpo horriblemente calcinado.

Era ya de noche cuando Fumico regresaba a Funchai. El cielo tapizado de estrellas centelleantes se reflejaba en el mar. Al frente de la embarcación sonreían sugerentes y extraños los ojos luminosos de Niké-Nekó.

 

ESPACIO INERTE

Golpean las olas del mar el acantilado de mis recuerdos, azul paisaje de húmeda franja que a lo lejos, en el horizonte, se ...